miércoles, enero 02, 2008

Discurso y exterioridad

Hablar de lo que la poesía es, lo que el lenguaje es, lo que la escritura es, lo que el autor es... No importa lo que decimos en un nivel particular: el tono de nuestras pretendidas reflexiones es un síntoma de cómo nos cerramos ante la contingencia de las lecturas. Dicho de otro modo: al pretender formular cualquier enunciado general sobre la literatura, en el fondo estamos poniendo un delicado velo de silencio a todo lo que permanece como la exterioridad de nuestro discurso. Los signos pueden ser transparentes, si se quiere. No así nuestra relación con ellos, ni la raíz del apetito que desarrollamos al estar en contacto con su dimensión. Más allá de nuestras flacas esperanzas, no hay palabra que pueda librar una última condición de opacidad.


lunes, diciembre 10, 2007

Acto de fe

Gracias a que ahora los escritores se forman en la universidad —institución facultada para extender títulos que validan que alguien “conoce la literatura”—, nadie ignora que, en su Poética, Aristóteles emprendió una severa reflexión en torno a los géneros literarios. La crítica actual parece ocuparse menos de este asunto, pero aun así esa preocupación ha persistido. Ejemplo de ello podría ser Anatomía de la crítica, de Northop Fry. La pregunta que cabe plantearse es si el hecho de reconocer de antemano el género al que pertenece determinado texto puede transformar la percepción que tenemos de él. Delimitar las fronteras entre distintos géneros, ¿pertenece a un acto tardío de taxonomía literaria o es, por el contrario, una necesidad capaz de guiar el acto de lectura?

Me considero incapaz de responder la pregunta anterior. Por lo menos, confieso que la formulo en voz alta guiado más por la sorpresa que por el afán de encontrar alguna respuesta. Esta sensación surgió en mí la semana pasada, después de participar en una mesa de “poetas jóvenes”. Como el evento ostentaba el título de “lectura de poesía”, se esperaba de los textos algo que revelara la apariencia formal de un “poema”. De manera evidente, lo que elegí para leer esa noche no correspondía con tal expectativa y, en consecuencia, me preguntaron si yo creía en los géneros.

¿Creer en los géneros? No deja de ser curiosa la manera en que se expresa la interrogante. ¿Los géneros dependen de nuestra voluntad por afirmarlos, reconocerlos e inscribir un texto de acuerdo con las características que asignamos a cada uno de ellos? Entiendo el sentido en que se me hizo el cuestionamiento y considero que, por lo menos desde la segunda mitad del siglo XIX, existe en la poesía un falso prestigio derivado de “la disolución de los géneros”. Al menos es necesario reconocer que ésta se ha vuelto una de tantas muletillas académicas, como lo fue en otra época decir de algún novelista que “era un gran psicólogo”, o de cualquier poeta mediano que “daba continuidad a la tradición”. Para sustentar este clisé, siempre se echó mano de un catálogo que podía incluir a Baudelaire, Joyce, algunas obras de Lezama Lima, Lewis Carrol o cualquier funcionario-poeta de paso. Lo mismo podía hablarse de Nadja que de Palinuro. No obstante, en esta suposición residía —debería decir: reside— un prejuicio crucial. Quiero decir: al pretender que cierta obra —por ejemplo, Galaxias, de Haroldo de Campos— difumina los géneros de la poesía, en realidad se opera una preconcepción de lo que la poesía es. Esto es: se pone en juego una perspectiva esencialista de los textos, sin reconocer que las categorías que sirven para agruparlos son constructos posteriores, cuyos lindes carecen de cualquier objetividad. Se trata de un problema de legitimación de convenciones, pero queda encubierto bajo la apariencia de naturalidad (los géneros están ahí, por siempre y desde siempre; nadie en su sano juicio puede confundir un ensayo con un poema, un cuento con una obra de teatro ni un aforismo con una novela).

Lejos de mi pretensión suponer que en nada importa este juego de identificación genérica frente a una obra. Lo único que deseo señalar es que hay un vacío performativo en la definición de los géneros literarios, lo cual obliga a asumir una perspectiva circular. Y al pensar en esto, considero que la pregunta que se me hizo es exacta: “¿Creemos en los géneros?” …Así es, nuestra necesidad por las definiciones, en el fondo, es un asunto de fe, afirmación, incluso de voluntad. Después de todo, la literatura es un trompe l´oeil. Teatro de signos. Retablo de guiños. De este lado de la frontera, “nuestro conocimiento”: como sucede con las matrioshkas rusas, necesitamos que toda experiencia de escritura pueda ser absorbida en el seno de nuestra convención.

Todos hemos leído alguna vez cómo Artaud compara su libro con un témpano atorado en la garganta y cómo ve a su obra como un asunto de asfixia, baba escurriendo, esquirlas... ¿Cabe colegir, de lo anterior, que nosotros nos situamos desde el punto opuesto, a saber: que escribimos por un poco de afirmación, un poco de insistencia en nuestra ansiedad por las pautas generales de lectura? ¿Escribimos para nutrir nuestra sed de definiciones?

lunes, diciembre 03, 2007

Discursos velados

Ayer, en la noche, fui con Columba a ver el documental de Mandoki, pero en realidad no hablaré sobre eso; tampoco sobre la sala vacía, literalmente vacía, sino sobre la figura central de la pantalla: la posibilidad del personaje y un rasgo de su lenguaje.

Si López Obrador llegó a ser una figura tan importante en el presente de México es porque ha estado consciente de que este país no sigue un "programa político" , ni es guiado a través de determinado cauce ideológico. Su lenguaje ha tenido la virtud de comprender que esta sociedad se mueve a causa de algo más soterrado. El año pasado, en las urnas no se expresaron "dos proyectos de nación", como quiere el maniqueísmo habitual. Lo que se depositó fue un amasijo de simpatías y discordias, nudos de miedo, pánico ante la posibilidad de perder lo que no se tiene, brotes espontáneos, reacciones ante lo inasible de "la realidad", esperanzas elevadas al rango de tic nacional, deseos contradictorios... Al margen de su voluntad, López Obrador entendió, acaso intuyó, que no era una visión democrática lo que realmente podría impulsarlo, por más que en eso tuviera que fundamentarse su alegato. Resultaban más determinantes ciertas tradiciones silenciosas del país, aunadas a los resortes de la irracionalidad. De ahí que la construcción de su legitimidad no se enfocara tanto en la construcción de los consensos como en la exaltación de la sensiblería y las pasiones gregarias. En este sentido —cómo su discurso expreso recogía energías históricas que no cobraban forma a partir del lenguaje—, la lucidez política del personaje me parece incuestionable. Pero es necesario pagarle con la misma moneda: uno no debe "analizar" sus discursos, sino escucharlos, no a partir de lo que manifiestan, sino por lo que dejan fuera. Esto es de particular relevancia en un país que apenas ha podido conocer dos o tres segundos de respiro en medio de constantes temblores.

Lo que en el fondo me interesa señalar es que las batallas no pueden leerse por completo a partir de la sintaxis que las encubren. La historia es, también, un territorio desierto, donde pocas cosas son más pesadas que el silencio.

jueves, julio 19, 2007

Testimonios

Hace algunas semanas, recuperé viejos cuadernos que creía extraviados. En ellos encuentro datos curiosos: fórmulas matemáticas, citas de libros, borradores de textos ilegibles, frases que demuestran que alguna vez tuve confianza en mí, rayas inexplicables, recordatorios indescifrables, traducciones, cartas, números telefónicos de personas que se cruzaron alguna vez en mi vida —o yo en la de ellas, porque después de todo, ¿quién me asegura si Montaigne juega con su gata o es su gata quien juega con Montaigne?—, etcétera. Entre estos papeles, hallé la siguiente nota. Nadie pregunte, por favor, qué me llevó a redactarla. No podría decirlo. Pero si usted está interesado en el tema, invente alguna anécdota barata que le permita engañar a su psicoanalista (cuestión no demasiado difícil, pese a que ese sujetito lo intimide con sus lecturas prefabricadas y temerosas), para orillarlo a que en su sesión hable de "cómo es que la memoria registra ciertos estímulos mientras que discrimina otros". (Pero, por favor, no crea esa tontería de los "recuerdos encubridores" y no deje que a su terapeuta se le caiga de la boca la palabra represión. Ya que pagará la consulta, trate de divertirse en ella.) En fin, copio el párrafo tal y como aparece en mi cuaderno de 1998:

En el libro Comentario de Ramón Xirau (editado por la universidad veracruzana) encontré esta dedicatoria, estampada en tinta azul por el propio autor: "Para Justino Fernández, la amistad de Ramón X.", y fechada de la manera siguiente: "6-V-61". El libro sólo fue pedido a préstamo domiciliario en cuatro ocasiones: 20 de enero de 1978, 22 de julio de 1980, 23 de julio de 1984 y 24 de abril de 1986. Los nombres de quienes lo solicitaron son: Margarita Peña, Félix Flores, Cuaúhtemoc Mendoza y Eduardo Cerecedo.

lunes, julio 02, 2007

Deslindes y aclaraciones

En días pasados, intenté subir nuevas entradas a este sitio. Sin embargo, siempre me aparecía una ventana donde se me comunicaba que por el momento el servidor se encontraba inhabilitado (uno de los peores anglicismos que uno se encuentra en el lenguaje de las computadoras, cabe decir). Supuse que existía algún problema y decidí esperar algunos días para que todo se solucionara.

Sin embargo, tanto el miércoles como el viernes de la semana pasada aparecieron en este blog dos entradas en torno a una supuesta polémica entre el autoerigido grupo Austria (con sede en España) y La Truchísima (en México). Como es evidente, ambas entradas aparecían firmadas por mí, aunque eso no era cierto. En cuanto un amigo me notificó que había leído un texto así en este espacio, entré y lo borré de inmediato. Un par de días después, volvió a repetirse la historia.

Ante estos malentendidos, aclaro que las entradas Un grupo de poetas mediocres y La derrota de Austria aparecidas en este blog los días miércoles 27 y viernes 29 de junio, respectivamente, no fueron escritos ni publicados por mí. El caso se debe a un hacker que se introdujo en De territorios, para manipular la información. Aprovecho, además, para responsabilizar a los miembros del grupo Austria por esta intromisión en el blog, así como de cualquier cosa que me pueda suceder. Desde luego, temo que los miembros de ese grupo fanático de neonazis tome represalias, pero es peor callar y dejar que la verdad sea atropellada de esta manera tan indigna. Estoy dispuesto a asumir todas las consecuencias.

Por otro lado, este es el momento y el espacio adecuados para aclarar algunos puntos en torno a esa extraña polémica, en la que me vi envuelto de manera por demás injusta.

1.-Sobre Alejandro Tarrab. Conozco a Alejandro desde hace varios años, y durante mucho tiempo lo consideré no sólo un poeta importante, sino un verdadero amigo. No obstante, sus actitudes recientes no pueden más que desconcertarme y me orillan a desconocerlo públicamente y apartarme de todo lo que tenga que ver con él. Por varios informantes me he enterado de que, en España, Alejandro ha usado mi nombre (y el de otros compañeros) para fines personales (cabildear en premios, obtener antesalas para desayunar con varios premios Cervantes, cobrar cheques en la Biblioteca Nacional de Madrid por conferencias que jamás imparte, fingir que hará lecturas en atril de poemas de López Velarde y necesita voluntarias para el papel de Fuensanta, etcétera).

Pero eso no es, finalmente, nada que me escandalice. Conozco bien cómo suelen ser los poetas. Lo que realmente me tiene sorprendido, en el peor sentido de la palabra, es el artículo que publicó en la revista Migajas verbales, financiada por la misma asociación que ha financiado y legitimado al grupo Austria, como un pretexto para difundir ideas fascistas entre jóvenes españoles que tienen vacías y ridículas pretensiones literarias (el tal David Saldaña es un excelente —y repugnante— ejemplo en ese sentido).

En dicho artículo, y con el exclusivo fin de congraciarse con el grupo Austria, Tarrab me acusa frontalmente de querer "apadrinar una inexistente vanguardia poética, dictaminar cuáles son las formas legítimas de la escritura latinoamericana hoy día, validarme escudado en los alumnos de los talleres que imparto en universidades y casas de cultura" así como de "traicionar los principios elementales del manifiesto Truchísima 2006", firmado en un árido y aburrido lugar del Cono Sur. Concluye diciendo que todos mis postulados no son más que reiteraciones "de apuestas estéticas que han demostrado su fracaso histórico y poético en generaciones pasadas" y, por último, me acusa de "hacerle el juego al oficialismo literario de México".

Me da pena rebatir estas sandeces una por una, sobre todo porque para cualquier lector inteligente resultará obvio que las taras madrileñas de Tarrab lo han llevado por un camino de crítica visceral, pornografía informativa y, sobre todo, lo han convertido en un adalid de ese vicio tan bien visto por los intelectuales de quinta categoría: aparentar capacidades críticas y reflexivas a fuerza de dar golpes bajos a los otros.

Únicamente diré que la raíz verdadera de su crítica nace de la ruptura que ambos tuvimos en Perú, cuando él se negó a incluir un prólogo del respetado doctor Jaime Romero de Silva para un volumen colectivo en donde íbamos a aparecer ambos, y que por fortuna jamás llegó a realizarse. Los pormenores del conflicto se revelaron a la opinión pública en su momento y no considero necesario insistir sobre ellos ahora, a más de un año de que se suscitaron.

2.-Sobre Daniel Saldaña. A este excecrable sujeto lo he visto apenas una vez en mi vida. Confieso, sin embargo, que leí su libro Corazoncito, un volumen digno para el olvido, con poemas —de algún modo debo llamarles a esos ejercicios imberbes— sobre latas de sardinas, actos sodomitas en la carretera a Piedras Negras, una bugambilia que se da en la reja de su casa y varios joyitas más, piezas impecables del onanismo emocional y la medianía de sujetos como éstos.

Tampoco diré nada sobre sus "pronunciamientos públicos" (¿No resulta evidente que ha querido aprovechar el "boom Tarrab" que ahora existe entre los lectores españoles para salir de su mediocre anonimato? ¿No resulta evidente que se enemistó con los integrantes de la truchísima porque ninguno le dio cabida a sus textos torpes y manidos?) Pero existe un tema sobre el cual es necesario desenmascararlo. Al revisar el anuario 2006 de revistas literarias españolas, publicado en coedición por la Universidad Ireneo Gracejo y Lux Editores, veo que Saldaña aparece en varios índices... ¡plagiando poemas de escritores mexicanos y dándolos a las prensas de revistas españolas como si fueran suyos! Puede cotejarse el índice y uno se percata, escandalosamente, que este individuo nefasto vive del plagio. Cabe citar dos ejemplos (entre 14 de los que yo me pude percatar, gracias a una minuciosa comparación de varios de los 74 índices del citado anuario).

Uno. En la revista Oceanía de marzo-abril 2006, la escritora de Tijuana, Verónica Sifuentes publicó un poema llamado "Tarde de infancia", donde se lee lo siguiente: hay un camino/ donde el polvo y yo somos/ una sola visión en esta alcoba/ en que perdí la vida. Una estrofa idéntica aparece en un poema titulado "Junio", de Daniel Saldaña, en la revista Espectro, año 6, número 13. ¿Una curiosa edición del caso Menard o un inescrupuloso robo de textos, sin más adorno?

Dos. En Palabras al viento, suplemento cultural del periódico Nación, Carlos Meléndez Ruano publica un ensayo donde se lee lo siguiente: "En su forma más pura, la intertextualidad ha existido siempre, pero es la conciencia moderna quien ha explotado las relaciones entre distintos textos a través de dos conceptos: primero, el de la historia, segundo, el de la tradición". En ese texto (titulado "Aventuras de la poesía moderna") el ensayista mexicano pone de ejemplo una canción de Lola Flores que aparece en un texto de Susana I. Piñas (La verdad siempre sale a flote como la gota de aceite en el vaso de agua). En la revista Prolegómenos, otoño-invierno 2006, editada por la Casa del Poeta Hispanoamericano, en Madrid, Daniel Saldaña publica un ensayo titulado, ingeniosamente, "Mi aventura personal en la poesía moderna". Ahí explica su "técnica poética". En uno de los párrafos se lee: "En su forma más pura, la intertextualidad ha existido siempre, pero es la conciencia moderna quien ha explotado las relaciones entre distintos textos a través de dos conceptos: primero, el de la historia, segundo, el de la tradición" (idéntico al de Meléndez Ruano). Y como ejemplo de ello habla de que en su poema "Parábolas del hombre sin verdad" emplea una canción de Lola Flores "para generar, mediante la intertextualidad, un reto de memoria y reconocimiento en mis lectores". ¿Puede adivinarse ya cuál es la canción que "él emplea" en su poema? Exacto, la misma que aparece en el texto de Susana I. Piñas: La verdad siempre sale a flote como la gota de aceite en el vaso de agua.

Es lamentable que aún existan tipos así que, amparados por el creciente prestigio de una organización fascista (Austria), emocionados porque algún día Julio Trujillo los saludó en público o por su nula calidad moral estén ocupando páginas de publicaciones honestas (pero ingenuas) con trabajo que ni siquiera les pertenece.

3.-Sobre Austria. Sobre esta organización, nefanda desde todos los puntos de vista, sólo daré un par de datos. No me queda rebatir sus pseudoideas, menos aún criticar a sujetos sin ningún talento, y que son tan conflictivos que viven de generar cismas entre grupos de escritores (comenzando por ellos mismos). Sin embargo, considero necesario que el lector sepa que esa organización recibe financiamiento directo de la APSA, asociación que, como se ha documentado debidamente en la prensa, financia también a grupos paramilitares en distintos sitios de América Latina. Lo que debe destacarse es que si Austria ha enarbolado torpes discursos eurocentristas y ha mostrado su gran torpeza para comprender la poesía latinoamericana más auténtica (incluída la de Tarrab, pese a mi distanciamiento con él), no es únicamente por la ingenuidad sin parangón de sus miembros, sino por los intereses sucios de quienes están detrás de ellos. Finalmente, el grupo Austria no tiene cabida alguno en el mundo poético (ni español ni de ningún otro sitio); sí lo tiene dentro de su papel real: títeres de las fuerzas más oscuras de la civilización.

Podría decir muchas cosas más, pero también considero que no hay que hacerle el juego a este tipo de cosas, ni dejarse atrapar por la prestidigitación a la que recurren individuos nefastos, que siempre serán dañinos para lo que en verdad nos interesa a todos nosotros: la poesía.

(Para seguir con el tono de las rúbricas: Zacatecas 59, int. 14, col Roma)

lunes, junio 04, 2007

De infirmĭtas

Primero, la fiebre de Shostakovich y 3/4 partes de la legendaria "T". Después, la fiebre de más de 50 horas continuas sin ceder, con los temblores del cuerpo. Después, la fiebre de las placas blancas. Después, la fiebre de la faringoamigdalitis febrosa aguda. Después, la fiebre del mercurius cyanathus. Después, la fiebre de la belladonna atropa. Después, la fiebre de la claritromicina. Después, la fiebre de la improcedencia del naproxeno sódico + paracetamol. Después, la fiebre de la épiméleia cura sui. Después, la fiebre de la épiméleia heautou. Después, la fiebre de la sautseia y la stultitia. Y después, si fuera la voluntad de mi inquisidor, la fiebre de la épistrofè...

Pero lo único que ahora realmente me interesa saber es si aún juega ella que se llama la fiebre juega.

lunes, mayo 21, 2007

Habitaciones

La ciudad cambia, acaso porque es un tejido de abandonos. La vi en la calle, nos sonreimos y comenzamos a platicar. No fue la imantación de los cuerpos lo que me acercó a ella. Hablé porque sabía que eran mis últimas palabras y las calles que iba dejando se borraban, se desprendían de mí. Me concentraba en sus ojos para no ver que se habían ido las jacarandas —ahí donde yo mismo me abandoné, donde vi los edificios y los vientres partidos, donde aprendí a hablar y después luché por el silencio. Ella movía los labios con un ritmo inquietante. Pero a mí me resultó imposible escucharla. Lo que me atravesaba era una ciudad que, en ese instante, moría. Y al hacerlo me dejaba suspendido. "Abandonas el sur, abandonas el verdor, abandonas nuestra decadencia, abandonas tu propia vida." ¿Viste esos cuerpos, Jorge? Caminaban. Se movían. Pedían ser lo que ya eran. Sus ojos te miraban con certeza, porque ya habían dejado de verte. Eras el que se iba. En esas calles. Y te dijiste, como broma, que nunca hubieras creído que fueran tantos los que la muerte arrebatara. Podías jugar sólo porque hay una cicatriz en ti. Le llamabas periferia. Le llamé, sí. Antes de que la ciudad no fuera más que un suplemento ambiguo de 11 rue Larrey. Abierto, cerrado, adentro. No. Más. Nunca. Y ella movió su cabello, que desprendió su aroma porque todo sigue siendo un desprendimento. Después su mano anotó un teléfono y se fue. Los autos se iban. La gente se marchaba. Nada. Más. Nunca más. Sólo la voz incesante que de todo se esquirla. Y el amparo de una frase, hueca, ajena, inexacta, impotente. Una frase, siempre una frase:

Deseoso es aquel que huye de su madre.