lunes, abril 23, 2007

Can you hear me, major Tom?

Hoy que, de acuerdo con un rasgo caprichoso de la civilización, las instituciones oficiales "celebran" el día internacional del libro (algo que ellos gustan escribir entre mayúsculas), y con plena conciencia en que es el día de san jorge (otros más también escribirían esto en altas), me apresuro a escribir aquí una frase –acaso cursi– que acudió a mi mente en una conversación con el embajador de las Islas Galápagos, pero que preferí callar en su momento....

Si un escritor no emprende un debate ético consigo mismo a partir de la forma, cae en el peligro de creer en la verdad...

Señor, señor, ¿cómo estuvo el concierto?

lunes, abril 09, 2007

¿Dónde reside la sabiduría?

Desde hace tiempo, Harold Bloom confunde el acto de escribir con la exhibición de una curiosa serie de tics. Esto se torna más notorio a raíz de la publicación de El canon occidental, con seguridad su libro más conocido (al menos en la etapa final de su obra). No obstante, la imagen de un anciano que gira sobre tres o cuatro frases prefabricadas no sería justa para definir la tarea del crítico norteamericano. Más allá de las muletillas que rebosan sus últimos libros, es necesario recordar sus trabajos sobre Blake y el romanticismo inglés. Hay que tener en mente libros indispensables como La cábala y la crítica, El libro de J y La angustia de las influencias (que debe tener una marca propia dentro de los libros que más se citan sin necesidad de ser leídos). Lejos de mi intención está trazar una apología sobre Bloom. Tan sólo deseo apuntar dos rasgos que no sólo me permiten tener en alta consideración sus textos, sino que anuncian el vigor del acto de lectura.

En primer sitio, Bloom nunca se ha amparado en el señuelo del “verdadero sentido” de un texto, menos aún en esa dimensión redentora del “texto original”. Antes bien, considera que estos son tropos contingentes, e incluso les confiere una función defensiva. Si la auténtica lectura desvela tensiones agonísticas, ¿no es cierto que ese “punto de partida” se encuentra, por necesidad, fuera de toda neutralidad? En esto radica su valor. Si el canon o la tradición (esta última palabra se cae, presta, de la boca de la mayoría de poetas actuales o, para seguir el término institucional, “poetas jóvenes”) son menos un catálogo de nombres encumbrados que un espacio de colisiones permanentes, entonces es ingenuo suponer que existen referentes que escapan a la serie de tensiones y a la lucha de formas que constituyen el núcleo significativo de las escrituras (relativizadas, por necesidad). Esto me parece un hallazgo notable, sobre todo en tiempos en los cuales quienes admiten participar de la batalla aún tienen fe en la legislación que ha quedado suspendida por esa misma batalla…

En segundo lugar, al tiempo que cuestiona toda posible “originalidad” entiende que la lectura auténtica no puede obviar la dimensión del pathos. Esto es indispensable porque permite esbozar un deslinde entre el simple onanismo emocional y la lectura de invención. Acaso resulta cierto que dicho deslinde no siempre lo ha materializado en sus propios textos. Pero mi interés no es juzgar la coherencia de Bloom (ni de ningún otro crítico; de hecho, si algo aprecio en un crítico es su capacidad de contradecirse). Juzgo esto relevante, toda vez que Bloom ha tenido un importante despliegue de paciencia para urdir una serie de elementos que permiten volcar su arbitrariedad en un proceso cognitivo.

Estas dos nociones me interrogan acerca del estatuto de la lectura. Acaso enfrentarse a una escritura ya no sea, como quería Paz, “recrearla” en un acto de intimidad y revelación. Acaso al apotegma “no hay verdadera obra sino en el instante de encuentro con el lector” debamos enfrentarle la sospecha de que la obra es aquello que pone en juego la opacidad ante el lector. Refractarios a la lectura, los signos no “revelan al mundo en su transparencia”. Antes bien, lo desarticulan. Escritura: improcedencia de la lectura. Escritura-lectura: aquello que deja fuera al lector.

Admitir una antítesis entre la escritura y la lectura que jamás podría resolverse con la positividad del lector, me parece algo necesario. De esta forma es factible emprender la autocrítica de un par de discursos edificantes con los cuales nos engañamos. Por ejemplo, la pretendida idea de que la función de la escritura consiste en “nombrar al ser”. Por el contrario, puede formularse que la función de la escritura es distinta: ¿acto de comunicación, medio de expresión, epifanía? Algo más discreto, pero quizá más intenso...

–Escuchar, es decir, combatir.