domingo, noviembre 27, 2005

Lenguajes dominicales

Esta mañana, sentado en una banca del parque de Juana de Arco, mientras bebía un jugo de zanahoria para recuperar un poco de energía y volver a casa -eran ya tres noches seguidas de ocio en la ciudad- vi un cartel que decía, a la letra: "Mantengamos la imagen del parque. No tires basura ni introduzcas tu mascota en la fuente". Al leerlo, me dio risa. Extraña la admonición. Introducir... Pensé en el equivalente inglés de esta palabra. Después, me pregunté quién redactaba tales anuncios, y cómo se construía dicho lenguaje.
No introduzcas tu mascota en la fuente. Independientemente de la risa que me causó esta construcción, lo cierto es que me parece aleccionadora. Para el habla de la Ciudad de México, el enunciado no deja de tener un perfil anómalo. Hecho para ser leído en un sitio público, se aleja del habla más inmediata, sustituye el modo habitual en que eso se diría, para cobrar una especie de formalidad que no es gratuita.
El mentado cartel implica un ejercicio de toma de distancia a partir de la elección de un lenguaje. La extrañeza de la palabra introducir, en este contexto, no es inocente. El eufemismo es un modo de marcar una ambigua autoridad. Pero lo que más me intriga de todo esto, es el convencimiento que aquí se refleja en torno al poder aurático de las palabras. El cartel anuncia una apuesta mediante un solo vocablo, en el cual trata de fundar su diferencia, su dinámica jerárquica y su validez para ordenar un espacio público. Al mismo tiempo, no deja de recordar que las palabras guardan una memoria -a veces opaca, a veces impecable- de múltiples instantes en las relaciones de poder. Quizá las palabras estén rotas y no puedan entregarnos, de forma automática, los secretos del mundo. Pero esto no les arrebata totalmente su incidencia en torno a nuestra necesidad de orden. Aún más: a veces las palabras construyen un orden que germina por el sacrificio de las mismas. Proceso que no sólo transparenta ciertas líneas de nuestros discursos, sino de otros rasgos de nuestra historia civil: el cartel se vuelve, de inmediato, un cuerpo privilegiado para cuestionarse sobre la vida de esta ciudad.
Finalmente, en los momentos en que los lenguajes públicos operan con mayor fe en su naturaleza aurática, hay que redoblar la necesidad por reconocer la elasticidad de cada palabra. Vale la pena saber si nuestras palabras son algo más que códigos vaciados de la electricidad necesaria para vitalizarnos. La pregunta, lo admito, es tan obnubilada como ingenua, pero tiene la enorme ventaja de recordarnos que no es posible leer ningún lenguaje si se nos desvanecen los contextos en que éste adquiriría sentido, peso y realidad. Admitir estas batallas es uno de los precios que hay que pagar por ser -en ciertos momentos específicos de nuestra genealogía, por decir lo menos- hijos de Roma...

3 Comments:

Blogger Mercedes Gómez de la Cruz said...

doble ingenuidad la de tu post, ya que ningún discurso es inocente. Interesante análisis en relación al tema del poder: el poder del propietario de la mascota sobre la mascota, y el poder del propietario de la mascota sobre la posibilidad de que la misma se introduzca o sea introducida en la fuente. Interesante tu asociación entre la palabra "introducir" y el poder... Suéltese, Solís, expláyese

11:02 p.m.  
Blogger Jorge Solís Arenazas said...

El poder, sobre todo, en relación a las palabras y la forma en que se van construyendo los lenguajes públicos: ese es el tema, y ciertamente estas preguntas no son inocentes...

Expláyese, Solís, es una versión más directa de Cómetelos Milán, aunque podría quedar en: Asólalos Solís, Asólalos... Mejor esto al "lesiónalos". ¿No?

4:33 p.m.  
Blogger Mercedes Gómez de la Cruz said...

ciertamente, asolar no es lo mismo que lesionar. La tarea de asolar implica más constancia que el mero golpe que podría provocar una lesión...
No entiendo lo de "Cómetelos Milán", sorry, "expláyese"

10:02 p.m.  

Publicar un comentario

<< Home