domingo, noviembre 06, 2005

Algo de polvo de las vanguardias

La poeta argentina Mercedes Gómez de la Cruz, al responderle a Rodrigo Flores advierte lo siguiente: "En México se están preguntando cuál sería el espacio y el registro poético de las vanguardias después de las vanguardias... Nosotros, en Argentina, nos hicimos esa misma pregunta en la década del noventa...". Es curioso. El tono mismo del argumento implica una institucionalización a ultranza (nos hicimos las mismas preguntas). Más curioso aún es el hecho de que obras como las de Lamborghini (Osvaldo y Leónidas), Viel Temperley, Padeletti, Perlongher, etc., sean anteriores a la década del noventa. Obras que, resulta obvio, no hubieran podido existir sin la interrogación sobre el cuerpo y la voz de las vanguardias: su tradición, sus contradicciones, sus lagunas e inconsisencias, lo mismo que sus referentes y lecciones a nivel de rasgos textuales, etcétera.
Más inquietante me parece el punto de partida de la discusión. Disiento con Rodrigo. No creo que exista una estética y retórica de lo sublime-esencial-puro, centralizando el tono de la "poesía mexicana" (entre otras cosas porque, como he insistido en ponencias y artículos, no estoy seguro de que exista el sujeto del cual hablamos). Hay, sí, pereza; hay, también, una postura cómoda, acrítica. Pero ninguna de estas señas alcanzan para reconocer plenamente el lenguaje con el que actualmente se escribe en México.
En cualquiera de los dos casos, me parece que hay un error de miras, y éste consiste en observar más de lo debido "los tonos medios" de la poesía que actualmente habita las antologías y publicaciones mexicanas. Lo cual resulta desgastante. Es lo mismo que detenerse a leer la tradición de la poesía en Argentina pero no acudiendo, como sería lo higiénico, a sus momentos más conspicuos sino apoyándose en esa fácil producción de poemas-mtv, o de artefactos soporíferamente coloquiales. Etcétera. La poesía no se revela desde los promedios, sino desde los estados de excepción. Por ello la lista que plantea Rodrigo es doblemente significativa -a pesar de que, en toda regla, se trata de autores menores-. A mí se me podrían ocurrir algunos nombres más (pienso, casi al azar, en A. Bohórquez, en Juan Bautista Villaseca, en José Carlos Becerra, en Roberto López Moreno, en Max Rojas, Jaime Reyes, Alfonso d´Aquino, Joaquín Vázquez Aguilar, Víctor Hugo Piña Williams o Jorge Fernández Granados). Autores que muy posiblemente no se conozcan en Argentina, y que ni siquiera son tan conocidos en México. Aún más: autores que no han escritos obras decisivas, pero que nos llevarían a otro tipo de preguntas, o cuando menos posibilitarían el sano ejercicio de voltear a ver a aquellos sitios donde no nos hemos permitido acercarnos. La regla para llevar a cabo esto es la de comprender que posicionarse de manera diferente dentro de un contexto más bien opaco, no es exactamente transgredir nada; menos aún llegar a una escritura de real fuerza.
Y creo, lo diré únicamente de paso, que esta "lectura negativa" es una de las pruebas tangibles de que la vanguardia sigue presente. Presente no porque se trate de un periodo inagotable o de un suceso transhistórico. Sino porque las vanguardias son frutos de diversas heridas del lenguaje (y heridas del mundo), que aún no pueden olvidarse, ni desecharse con la impaciencia que varios críticos y poetas nos recomiendan. Algo, en suma, tan nefasto como querer redactar el enésimo manifiesto estridentista algún día de éstos.