lunes, noviembre 21, 2005

¿Combatir por la voz?

Leo, gracias a la munificiencia de A. Tarrab, la edición que preparó Tajamar con los dos libros centrales de Diego Maquieira: La Tirana y Los Sea Harrier. (Ya antes había llegado a mis manos, gracias a la generosidad de Héctor Hernández, la edición suelta de este segundo libro). Repaso una y otra vez el libro, y me queda una especial desconfianza frente a quien afirma que el poeta debe esmerarse para "encontrar su voz". De hecho, ahora me pregunto si no son más atractivos los momentos donde el poeta parece perder su voz, viéndose obligado a luchar no tanto para recuperarla como para no hundirse por completo en su extravío.
Me importa destacar dicho estado agonal: el instante en el que la escritura se vuelve combate y, entonces, los hábitos verbales del poeta devienen estrategias. Llegados a este punto, las preguntas que esbozamos ante el texto son modos de ver el despliegue de sus fuerzas, sus derrotas y sus territorios conquistados. Y, en este mismo tenor, la carga significativa del poema se debe a la tensión dinámica que su lenguaje logra alcanzar.
A la hora del combate, Maquieira tiene presente la urgencia por revisar nuestra condición ética. Se esfuerza por leer las relaciones oscuras entre la civilización y la caída del hombre. Y uno de sus hallazgos más terribles es el reconocimiento de las rupturas del hombre no sólo como una experiencia límite, excepcional por definición, sino también como un horizonte de vida más general, donde todo se pierde en la espesura de lo anónimo. De ahí que todos sus montajes, desmontajes y ecos intertextuales lleven la impronta de esa batalla, en la cual la voz poética no puede tener ningún privilegio; antes bien, debe ser "descolocada".
Lo que más llama mi atención, es la necesidad de entender que el mentado "descolocamiento" de la voz lírica, no está supeditado a ningún afán transgresor. En Maquieira la ironía, tan festejada por varios de sus lectores, jamás es un fetiche "poéticamente correcto". Se trata de algo más decisivo: él entrevió de forma muy temprana que la "voz poética" puede ser un falso demiurgo cuya centralidad va en detrimento de las experiencias vitales, sin las cuales el texto no es más que una pieza para la imprenta, en el peor sentido de la expresión. (Las heridas que Parra dejó en el lenguaje seguían abiertas cuando Maquieira comenzó a escribir, y esto resulta determinante). De ahí esta necesidad por recordarnos que "sentar cabeza" lleva a ese estado donde "todas las cabezas ocupan un asiento, de cerdo"; a un sitio opaco que nos niega. En suma, parece advertirnos que "el canto" se torna ominoso cuando se escucha demasiado a sí mismo.
Vale la pena detenerse en todo ello. Vale la pena recordarnos estas cuestiones en un momento donde todo aspira a un "aura" inmediata, para perderse después en el reino de lo artificioso. Así, el encuentro con La Tirana y Los Sea Harrier es algo más que una lectura, en el sentido llano de la palabra. También implica una llamada de atención que nos exige sospechar de toda centralidad, de todo lenguaje, de nuestras pretensiones poéticas que pueden terminar por volvernos ajenos frente a nosotros mismos, e hipnotizarnos hasta el punto de sumirnos en la destrucción.
"Estamos saturados de sueños
Y hambreados de saciedad.
Pero algunas mentes de aquí
Todavía son como el cáliz:
Ellas viven tan arriba
Que bien pueden olvidar el valle".